El sonido eterno de la Navidad colombiana

En Colombia, diciembre no solo se saborea con natilla y buñuelos, también se escucha. La Navidad tiene un sonido propio que atraviesa generaciones, regiones y clases sociales.

Desde las salas familiares hasta las verbenas de barrio, la música decembrina se convierte en un ritual colectivo que, más allá del entretenimiento, refleja procesos históricos, migraciones culturales y una fuerte carga de nostalgia que trasciende a la navidad clásica norteamericana de la nieve, papá Noel y los trineos, aquí las fechas decembrinas son propias e inigualables producto de sus ritmos decembrinos. Así lo explica para Periódico del Meta, Jorge Lesmes Beltrán, licenciado en Música, quien analiza el fenómeno desde la tradición popular.

“Es inevitable pensar en una Navidad colombiana sin Pastor López, Los Corraleros de Majagual, Los Hispanos, Guillermo Buitrago o Fruko y sus Tesos. Ellos nos enseñaron a sentir diciembre de una manera única”, señala Lesmes.

Para el músico, buena parte de ese sonido nace en los años cuarenta, cuando maestros como Lucho Bermúdez, Pacho Galán y Edmundo Arias llevaron los ritmos del Caribe a los salones de baile, vistiéndolos con formatos de big band y una sonoridad cercana al jazz.

De ese cruce surgieron estilos que hoy parecen inseparables de las fiestas: porros, cumbias y gaitas interpretados con trompetas, saxofones y clarinetes. “A menudo se dice que gracias a ellos la música del Caribe se vistió de frac”, explica Lesmes, resaltando cómo esa transformación permitió que los ritmos populares se volvieran nacionales.

Otro pilar del diciembre colombiano es el llamado chucu-chucu o sonido paisa, nacido en Medellín a finales de los cincuenta. Agrupaciones juveniles como Los Golden Boys, Los Teen Agers, Los Hispanos y Los Graduados comenzaron interpretando ritmos internacionales, pero terminaron fusionándolos con la música tropical regional. “Ahí aparece un sonido sencillo, bailable, directo, que terminó siendo esencial en la Navidad”, afirma el licenciado.

La parrandera paisa, con letras picarescas y humor de doble sentido, también ocupa un lugar central. Artistas como Gildardo Montoya, Joaquín Bedoya y Octavio Mesa representan una música campesina, muy influenciada por Guillermo Buitrago, a quien Lesmes reconoce como uno de los grandes precursores del vallenato: “Antes del acordeón, el vallenato se hacía con guitarra, y Buitrago fue clave en ese proceso”.

En la región Caribe, el estilo corralero marcó época. La mezcla entre bandas de viento y acordeón, impulsada por Discos Fuentes y Los Corraleros de Majagual, dio origen a clásicos que aún hoy dominan las pistas de baile. A la par, la música sabanera de acordeón, con juglares como Calixto Ochoa, Lisandro Meza y Alfredo Gutiérrez, aportó aires propios como el paseaito, la charanga o el merengue sabanero.

La salsa tampoco quedó al margen del diciembre. Fruko y sus Tesos, Joe Arroyo y Nelson y sus Estrellas consolidaron un sonido particular que, aunque salsero, incorporó cumbia y chucu-chucu.

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El fenómeno, sin embargo, no es homogéneo en todo el país. “Lo que se escucha en Bogotá termina sonando aquí, en los Llanos. Somos culturalmente muy cercanos a la capital”, explica. Por eso, vallenatos más tradicionales, como los de Los Zuleta o Los Betos, no tienen el mismo peso en algunas regiones. A esto se suma un factor clave: la nostalgia. “Siempre sentimos que todo tiempo pasado fue mejor. Esa nostalgia hace que las canciones se inmortalicen”.

Para Lesmes, las grandes canciones decembrinas ya quedaron fijadas en la memoria colectiva. “Ellos nunca renovaron repertorio, y aun así siguen sonando. Eso es lo curioso. Se inmortalizaron las decembrinas”, afirma. Aunque ha habido intentos de modernizar el sonido con reencauches en los noventa y 2000, la esencia permanece.