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domingo, 21 de septiembre de 2025
Pico y placa : No aplica

Espejismo del entretenimiento | Opinión

Espejismo del entretenimiento | Opinión 1
Juan Carlos Guardela

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Villavicencio y la Gobernación del Meta parecen haber encontrado la fórmula fácil de gobernar: levantar tarimas, inflar presupuestos de festivales, lanzar marcas turísticas con logo brillante y poner a sonar joropos a todo volumen. El problema es que detrás de la pólvora y los sombreros llaneros el panorama es desolador: falta agua, las calles colapsan, la educación retrocede y la seguridad se tambalea.

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El alcalde Alexander Baquero y la gobernadora Rafaela Cortés insisten en que el turismo es la gran carta de desarrollo. Han promovido festivales, ferias, campañas de promoción cultural y la llamada “marca Meta” como estandarte de identidad. Pero basta hacer la pregunta más simple: ¿se puede hacer turismo donde no hay agua?

En 2024 Villavicencio vivió racionamientos por turbiedad. En 2025 la historia se repite. No se trata de una contingencia excepcional, sino de un problema estructural. Según informes oficiales, la cobertura de acueducto apenas bordea el 88%. El resto de las familias vive entre baldes, botellones y promesas incumplidas.

La paradoja es cruel: el Meta se vende como destino verde, pero sus habitantes deben organizar su vida en torno a cortes de agua. Turistas invitados a cabalgatas y conciertos podrían encontrarse con un espectáculo menos folclórico: barrios enteros cargando pimpinas en plena tarde llanera.

La Alcaldía presume haber rehabilitado 113 kilómetros de vías. La Gobernación anuncia megaproyectos viales para conectar la región con el resto del país. Sin embargo, basta con que caiga una lluvia para que Villavicencio y las vías de la región se inunden. Basta salir del centro para caer en huecos que dañan vehículos. Lo que se exhibe como “avance” no pasa de maquillaje: intervenciones puntuales que lucen en las fotos de inauguración, pero que no transforman la movilidad cotidiana.

Mientras se inflan presupuestos para ferias y eventos, la educación pública se resiente. Los reportes advierten de mayor deserción y reprobación en primaria y secundaria. Villavicencio en 2024 tuvo una reducción de 5,4 % en la matrícula escolar (4.200 estudiantes menos), y en 2025 fue del 3 % (unos 2050 estudiantes menos). En el Meta no se ha hecho nada para reducir la deserción que es de un 5,63 %. Cada estudiante que abandona la escuela es un fracaso colectivo, un capital humano perdido para la región.

Sin embargo, el tema no ocupa titulares ni discursos oficiales: no llena plazas ni genera selfies en redes sociales.

Gobernar es decidir prioridades. En el Meta las prioridades están claras: invertir más en pólvora que en pupitres, más en tarimas que en programas de permanencia escolar.

Los boletines oficiales destacan reducciones en homicidios. Es cierto: algunos indicadores muestran variaciones positivas. Pero en los barrios la percepción es otra. La inseguridad sigue siendo parte del día a día: atracos, microtráfico, pandillas, el sicariato escala. El miedo no se combate con gráficas de PowerPoint, sino con políticas sólidas que articulen prevención, oportunidades y justicia. Hoy la seguridad en Villavicencio es, como mucho, un decorado que se desmorona al primer empujón.

El golpe más profundo quizás lo recibe la cultura. En lugar de apostar por procesos formativos, bibliotecas, escuelas de arte o investigación de la tradición, la cultura se ha degradado a espectáculo de consumo rápido. La llamada “marca Meta” confunde identidad con mercancía: lo que debería ser un tejido de memoria y pensamiento se reduce a tarimas con cerveza y pólvora.

La cultura auténtica, la que incomoda porque invita a reflexionar, queda relegada. En su lugar, se impone la espuma de carnaval que deja resaca, pero ningún legado.

Villavicencio y el Meta avanzan hacia un espejismo. Un territorio de fachada donde se proyecta un “boom turístico y cultural”, mientras en el fondo persisten las mismas deudas básicas: agua racionada, infraestructura deficiente, aulas vacías y miedo latente. El error no es celebrar fiestas ni rescatar tradiciones: el error es gobernar como si las fiestas fueran la única política pública.

Cuando el entretenimiento sustituye las necesidades esenciales, lo que queda es un territorio condenado al fracaso. Porque ninguna tarima, por más luces que tenga, puede ocultar la sed, los huecos en la calle, la deserción escolar o la violencia cotidiana.

El Meta no necesita más tarimas. Necesita agua, escuelas, calles dignas, seguridad real y cultura que rescate y mantenga su inmensa tradición. Gobernar no es posar con sombrero llanero en un festival o en una cabalgata con vapores etílicos: gobernar es garantizar lo mínimo.


Juan Carlos Guardela

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