Guadalupe años sin cuenta | Opinión
- Publicado en Nov 09, 2025
- Sección Columnistas
El 16 de julio de 1975, el Teatro de La Candelaria estrenó Guadalupe años sin cuenta, destacada obra de la dramaturgia colombiana que evoca, a partir del asesinato nunca esclarecido del exguerrillero Guadalupe Salcedo Unda, la insurrección armada de mediados del siglo XX en los Llanos Orientales. Tomando ese suceso como leitmotiv, la obra reivindica la memoria colectiva en un contexto en que el olvido se ha instalado como un dispositivo de poder.
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Partiendo de premisas de Bertolt Brecht y Konstantín Stanislavsky, el Teatro de La Candelaria montó obras de gran calidad, como Nosotros los comunes, que recrea la insurrección comunera de 1781, y Guadalupe años sin cuenta, cuyo origen se remonta a un viaje del grupo teatral a Arauca que le permitió entrar en contacto con la música llanera, su gente y una memoria colectiva marcada por la presencia de Guadalupe Salcedo y del movimiento guerrillero que se gestó en las sábanas del oriente de Colombia.
Enseguida vino el proceso de creación artística colectiva que involucró tareas de distinto orden como la realización de nuevos viajes a la región, entrevistas a protagonistas y testigos y la realización de seminarios de luchas agrarias en los que participaron sociólogos e historiadores.
Luego del estreno de la obra, no tardaron en llegar los reconocimientos. En Nueva York, fue aclamada en el Primer Festival de Teatro Popular Latinoamericano, en agosto de 1976. Ese mismo año fue reconocida como la mejor obra en el Tercer Festival Internacional de Teatro de Caracas y merecedora del Premio Casa de las Américas de La Habana. En Colombia, el reconocimiento de los espectadores fue innegable, como lo ponen de manifiesto las más de dos mil presentaciones realizadas en muchas ciudades y municipios, incluyendo a Villavicencio, en donde se puso en escena en el Teatro Cóndor.
Cincuenta años después de su primera presentación ante el público, Guadalupe años sin cuenta sigue recibiendo elogios y aplausos, lo cual corrobora su importancia como pieza artística y artefacto de recordación, algo no menor en un país dominado por el síndrome de la desmemoria.
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