Por las infancias | Editorial
- Publicado en Nov 23, 2025
- Sección Columnistas
Estamos en tiempos difíciles. Y no es algo que acabemos de descubrir, pero los hechos que han marcado a Colombia en las últimas semanas evidencian la profunda tensión que atraviesa al país.
La muerte de menores de edad en los bombardeos en Guaviare y Arauca es más que lamentable: es un recordatorio brutal de un Estado que sigue sin garantizar la protección de niños y niñas. Desde hace décadas, existen territorios donde la vulnerabilidad es permanente, donde los grupos armados deciden llevarse a los menores como si tuvieran ese derecho desde el nacimiento; como si detrás de cada niño no hubiese una madre que lo cargó nueve meses sin imaginar que lo perdería apenas unos años después.
Aún peor son los escenarios donde estos menores no ven más alternativa que entregarse voluntariamente. No porque carezcan de sueños, sino porque nunca han conocido la esperanza. Porque no vislumbran un futuro distinto del que les deslumbra —y a la vez les enceguece— la oferta de quienes operan al margen de la ley.
Recordemos que apenas hace un año, en el seguimiento realizado por el Gobierno departamental y la Defensoría Regional del Pueblo, se encendieron alarmas sobre el reclutamiento de menores por parte de grupos armados ilegales. Se denunció la llegada al Meta de niños, niñas y adolescentes de entre 14 y 16 años provenientes del Cauca.
En esa misma reunión se evidenció un panorama aún más inquietante: los grupos armados ilegales estaban llegando a las instituciones educativas con listados en mano para llevarse a los menores apenas cumplen los 14 años. Y no solo eso: los utilizaban para persuadir a sus propios compañeros, prometiéndoles bonificaciones económicas, estatus y la ilusión de tener poder y control sobre las comunidades.
Las infancias no están seguras en Colombia. Y mientras unos dan las órdenes, quienes pagan las consecuencias son aquellos que aún no han conocido la vida; quienes terminan en campamentos luchando una guerra que no les pertenece, que no entienden o que ni siquiera los representa. Simplemente les tocó.
Finalmente, es necesario señalar que, en épocas electorales, la situación de niños, niñas y adolescentes en medio del conflicto armado no debe convertirse en un escudo para ganar votos. No puede seguir siendo una bandera que se alza en campaña para luego olvidarse al tomar el atril del poder. La infancia no puede ser un discurso: debe ser una prioridad real.
Pensemos en todos los niños como si fueran nuestros hijos. Porque ellos merecen conocer lo que hay más allá de vestir un camuflado, más allá del miedo y más allá de la guerra. Merecen —de una vez por todas— conocer la vida.
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