Salvo mi corazón | Opinión
- Publicado en Nov 09, 2025
- Sección Columnistas
Alguna vez escribí sobre la tumba abandonada en Sopó del gran poeta colombiano de Apiay, Eduardo Carranza. Solo unas flores silvestres -margaritas blancas y carretón- aliviaban el olvido de su morada final. Luego, la Casa de la Cultura del Meta lideró la repatriación de sus restos, que hoy reposan bajo su efigie en el primer piso de la gobernación. Su regreso no es un asunto de restos, sino de raíces.
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Retornó al llano de su infancia, el que convirtió en poesía y patria. Aquí lloró viendo el sol de los venados: “Allí fui niño y tengo ganas de llorar, os aseguro que tanta belleza fue verdad”. Respiró el olor a monturas sudadas de caballo y a pastos; tomó guarapo, masato y leche de vaca recién ordeñada. Viajó por trechos de Villavicencio a Bogotá agarrado de la cola de una mula para no caer al abismo. Tal vez por eso siempre le tuvo pavor a esta vía.
Para él, el alma del llano era el horizonte. Le llamaba más la atención saber que el piano que tocaba su tía Julia había sido traído vía mar y por su Orinoco dorado y su Meta azul. Eran los colores de sus ríos, nada de grises como los veía a veces su hija María Mercedes y por lo que discutían.
Escribió: “Aquí está el llano extendido hasta el cielo; el llano sin principio ni fin como mi alma. El llano que se prolonga de palmera en palmera, como el mar de ola en ola. Aquí está la llanura y en la palma de su mano está la línea de la suerte de mi patria, esa línea es azul y se llama río Meta”.
En memoria de su abuelo Gregorio Fernández, primer corregidor de Villavicencio, escribió el galerón Ladislao: “Yo nací en los mismos llanos y me llamo Ladislao, yo soy un turpial puel pico y un tigre por lo pintao, yo soy más bravo que un toro y más ágil que un venao; yo me resbalo en lo seco y me paro en lo mojao”.
Tal vez no se conoce lo suficiente el alma llanera del poeta Carranza, un reconocido músico creyó que aquellos versos eran de otro autor. Mayor será su sorpresa cuando descubra estos del mismo poeta rebosante de llaneridad: “Pa’l venado la sabana, pa’l chigüiro el espinero, pa’la danta la montaña, pa’l galápago el estero”.
Le cantó al amor: “Te llamarás silencio en adelante, y el sitio que ocupabas en el aire se llamará melancolía”. Y con una salvedad: “Bien está que se viva y que se muera; el sol, la luna, la creación entera, salvo mi corazón, todo está bien”. “Salvo mi corazón, todo está bien”, el verso que tomó Héctor Abad Faciolince para titular su obra reciente.
Ahora el reto es mantener viva la memoria y la obra del gran poeta del parnaso latinoamericano, que llevó el horizonte llanero a la poesía universal. Que su efigie no parezca observarnos en silencio con discreta melancolía. Que no falte en los eventos de llaneridad e identidad regional, ni en los de sus colegas. Que no sea otro olvido en mármol vecino del gobierno y la Asamblea del Meta.
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