El mundo como tarima | Opinión
- Publicado en Jun 16, 2024
- Sección Columnistas
En su libro ‘La sociedad de la transparencia’ (2012), el surcoreano Byung-Chul Han argumenta que la obsesión contemporánea con la transparencia, alimentada por las redes sociales y la constante exposición de nuestras vidas, ha erosionado la esfera privada. En este contexto, la transparencia no es sinónimo de honestidad o claridad moral, sino una compulsión por la visibilidad que transforma las esferas de la vida en un escenario público.
Estamos en una era simplista donde la validación y el valor personal se miden en términos de likes y seguidores. La constante exposición deteriora la profundidad y autenticidad de las relaciones. Los likes en las redes sociales son la moneda de la superficialidad, midiendo el valor personal en aprobaciones efímeras y vacías. Detrás de cada like hay una ilusión de conexión, es un espejismo que oculta la profundidad de las verdaderas relaciones. Los likes son los aplausos silenciosos de una audiencia invisible, otorgando una falsa sensación de relevancia y éxito.
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La privacidad es un requisito fundamental para la formación de un yo auténtico. Sin la capacidad de retirarnos del ojo público, perdemos la posibilidad de reflexión y autoformación, convirtiéndonos en meros preformes en una tarima global.
El poder opera en la era digital no a través de la represión, sino mediante la manipulación y el control psicológico. Las redes sociales, funcionan como herramientas de control que explotan nuestra psicología para dirigir nuestro comportamiento. Existe en ellas una ilusión de libertad, aunque lo que en realidad hacen es brindarnos nuevas formas de control y autoexplotación.
En lugar de ser ciudadanos autónomos, nos convertimos en sujetos gestionados, impulsados por algoritmos que anticipan y moldean nuestras acciones.
Por otro lado, el amor requiere una interacción, pero en la sociedad digital, donde prevalece la lógica del like y el consumo rápido de experiencias, el amor se ha convertido en un producto más, despojado de su profundidad y misterio. Apague y vámonos.
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