miércoles, 28 de mayo de 2025
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El tropel como argumento | Editorial


El tropel como argumento | Editorial 1
Redacción PDM

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En los últimos años, Colombia ha sido testigo de una preocupante erosión en la calidad del debate público. Lo que debería ser un ejercicio de argumentación, respeto y construcción colectiva se ha convertido en un escenario de confrontación, descalificaciones y polarización.

Este fenómeno no solo debilita nuestra democracia, sino que también pone en riesgo la estabilidad social y política del país. Un ejemplo reciente de esta degradación lo vivimos en el Congreso de la República, donde el representante del Pacto Histórico, Alfredo Mondragón, y el senador del Centro Democrático, Alirio Barrera, protagonizaron un lamentable intercambio de palabras que dista mucho de lo que debería ser un debate legislativo serio y constructivo.

El Congreso, como máximo escenario de deliberación política, debería ser el lugar donde se ejerza el diálogo con altura, donde las diferencias ideológicas se resuelvan a través de argumentos sólidos y no mediante descalificaciones o ataques personales. Lamentablemente, lo ocurrido entre Mondragón y Barrera no es un hecho aislado, sino un reflejo de una tendencia que se ha venido normalizando en nuestra sociedad: la sustitución del debate por la gritería, la razón por la emocionalidad y el respeto por la desmesura.

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Esta degradación del debate no solo afecta la credibilidad de nuestras instituciones, sino que también alimenta un fenómeno aún más peligroso: la creencia de que la democracia se reduce a quien logre movilizar más gente en las calles o quien imponga su voz a fuerza de volumen y agresividad. Esta distorsión ha dado fuerza a un término tan feo por su fonética como por su significado: la oclocracia, es decir, el gobierno de la turba, de la muchedumbre descontrolada, muy distante de la democracia, que es el gobierno del pueblo basado en el diálogo, la razón y el respeto a las normas.

La oclocracia es el antónimo de la democracia. Mientras que esta última se fundamenta en la participación informada, el respeto a las instituciones y la búsqueda del bien común, la oclocracia se alimenta de la desinformación, la polarización y la imposición de la voluntad de unos pocos sobre la mayoría. En un contexto como el colombiano, donde las heridas del conflicto aún no terminan de sanar, permitir que la oclocracia gane terreno es un riesgo que no podemos darnos el lujo de correr.

Colombia merece un debate serio, respetuoso y constructivo. No permitamos que la gritería y la desmesura opaquen la voz de la razón. La democracia no es el gobierno de la turba, es el gobierno del pueblo, y es nuestro deber defenderla.


Redacción PDM

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