Empeliculada
- Publicado en Dic 01, 2017
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Hacia 1850 el sur de Francia estaba tan erosionado y deteriorado por el sobrepastoreo que un decreto napoleónico tuvo que ordenar la reforestación de muchas áreas por encima de las urgencias cotidianas de los campesinos, que no sabemos si fueron desalojados por el Esmad de la época o contribuyeron voluntariamente con el proceso de recuperación y cuidado del territorio.
Como haya sido, la erosión y la pobreza concomitante eran verdaderas y el programa de restauración incluyó la importación de millones de conos de cedro (Cedrus atlantica) del norte de África, única fuente de semillas con el potencial de ser utilizadas en la construcción de un bosque productivo en medio de pedregales.
Al final, pese al mistral que sopla gélido, los árboles “pegaron” y unos pocos se conservan hoy en día como individuos emblemáticos de un momento de la historia que los llevó a cruzar, sin notarlo, dos guerras mundiales y un incendio tan poderoso en 1952 que logró erradicar todas las demás especies del bosque (incluidos los pinos nativos) menos los cedros, que ya iban por la segunda generación.
Quedan unas 250 hectáreas pobladas por una especie extraordinaria, prima de los cedros del Líbano, que no solo se adaptó a las condiciones deterioradas de la región, sino que hoy en día constituye un bosque comunitario de tres municipalidades (Bonnieux, Lacoste y Menerbes) que hacen un manejo milimétrico de la productividad de la madera y reciben miles de turistas, visitantes de árboles impresionantes que se cosechan incluso dentro de un área protegida.
Una historia cinematográfica de un ambiente construido que demuestra que la gestión ambiental y la voluntad son la fuerza más importante de creación y mantenimiento de un ecosistema, inspiración del futuro potencial de la Reserva van der Hammen o de muchos espacios forestales colombianos que se verían beneficiados con un poco de creatividad.
El cine se ha convertido en uno de los mejores aliados para iluminar las preguntas por el futuro ambiental de la humanidad, no solo con las perspectivas de la ciencia ficción, sino como parte de una nueva búsqueda de sentido en medio del cambio radical (no el partido) que estamos experimentando.
Festiver, en Barichara, y Jardín, en Antioquia, se consolidan como dos de las más importantes muestras internacionales de las innovaciones narrativas que requerimos para interpretar lo que nos dicen la ciencia, el corazón y otros sistemas de conocimiento. Vale la pena empelicularse con historias como la del bosque de cedros de 250 hectáreas, “el más grande de Europa”.
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