viernes, 28 de junio de 2024
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Las lecciones que dejó la tragedia del Páez, hace 30 años


Las lecciones que dejó la tragedia del Páez, hace 30 años 1
Detalle de la avalancha y de los deslizamientos que afectaron a la vereda Irlanda. Crédito: Servicio Geológico Colombiano.
RP
Redacción PDM

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Hace 30 años, Colombia vivió uno de los sismos más fatídicos en toda su historia: el de Páez, Cauca. El evento sucedió a las 3:47 p.m. del 6 de junio de 1994, tuvo una magnitud de 6.8 (Mw), una profundidad de 10 km y una intensidad máxima de 8 (daño severo).

Precisamente, la superficialidad con la que se dio, además de factores como la temporada de lluvias, la topografía escarpada de la zona y la deforestación, contribuyeron a la ocurrencia de deslizamientos y avenidas torrenciales de grandes dimensiones (flujos de lodo que se generaron en las laderas de la cuenca alta del río Páez y de sus afluentes).

Dicho escenario dificultó las labores de rescate y evacuación al punto de solo poder avanzar con ellas a través de helicópteros y cables aéreos improvisados.

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Como resultado, más de 1.120 fallecieron, 1.600 familias resultaron desplazadas, y en total, 7.925 se vieron afectadas en el departamento de Cauca y, minoritariamente, en Huila.

Pero además de la pérdida de vidas y el daño en la infraestructura, el sismo tuvo efectos devastadores a nivel ecológico, específicamente sobre el Nevado del Huila, uno de los casquetes glaciares más grandes que quedan en el país.

“Fue muy impactante ver toda la zona epicentral afectada por deslizamientos: todas las montañas estaban completamente peladas, sin capa vegetal. Las poblaciones estaban tapadas, sin puentes y sin vías, por el gran flujo de lodo que se generó en los ríos Páez y San Vicente”, recuerda Adriana Agudelo, experta del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Popayán del Servicio Geológico Colombiano (SGC).

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Panorámica de la población de Tóez afectada por la avalancha y por el movimiento del suelo. Crédito: Servicio Geológico Colombiano.

A propósito del aniversario número 30 de esta tragedia y en conmemoración a las víctimas, desde el SGC, la entidad encargada de monitorear el comportamiento sísmico y volcánico del país, destacamos cuatro aprendizajes que nos dejó este evento, como un llamado a que no se vuelva a repetir:

1. Debemos robustecer las redes de monitoreo de geoamenazas. Para Jaime Raigosa, líder del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Popayán del SGC, el sismo de Páez y sus consecuencias, sumados a eventos anteriores, como el terremoto de Popayán (1983) y la tragedia de Armero (1985), evidenciaron la necesidad que el país tenía de robustecer las redes de monitoreo sísmico y volcánico, así como las instituciones y organismos dedicados a la gestión del riesgo.

“Como resultado de lo que pasó en Páez, se reforzó el monitoreo del volcán Nevado del Huila y posteriormente se instaló una red de monitoreo de flujos de lodo”, explica.

2. Los conocimientos locales son fundamentales para gestionar mejor el riesgo. El trabajo conjunto entre instituciones y comunidades fue otra de las ganancias que sobrevino a la tragedia de Páez y se ha mantenido hasta el día de hoy.

Adriana Agudelo relata que, para ese momento, no era muy común hablar sobre el intercambio de saberes entre científicos y comunidades, pero este terremoto le dio la oportunidad a los geólogos del SGC, y también al país, de
“conocer el pueblo Nasa, sus costumbres, su forma de entender la vida, su cosmovisión y trabajar con las autoridades tradicionales para mejorar la gestión del riesgo en la zona y a nivel nacional”.

De esta manera, sin una metodología expresa, los locales y los geólogos empezaron a construir una historia de esfuerzos conjuntos que hasta el día de hoy se mantiene firme y sirve como referente para otras experiencias de este
tipo en el país.

Para la reconstrucción de la zona afectada, por ejemplo, el Estado creó la Corporación para la reconstrucción de la cuenca del río Páez, conocida como Nasa Kiwe. Esto, según Adriana Agudelo, permitió tomar decisiones como la descongestión de la zona afectada, es decir, la reubicación de las comunidades con el propósito de respetar la cuenca.

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“Esto prueba que los estudios sirven para tomar decisiones que cuiden la vida. Este tipo de eventos no se nos pueden olvidar. De esto también depende la protección de futuras generaciones”, concluye.

3. Sí se pueden evitar tragedias. Precisamente, la integración de experiencias y conocimientos entre entidades como el SGC, para la época Ingeominas, y las comunidades que vivieron el suceso de 1994, ha sido clave para tomar decisiones más acertadas frente al riesgo. Como ejemplo de esto, Raigosa menciona que entre 2007 y 2008, cuando el volcán Nevado del Huila entró en actividad, se presentó una erupción con pocos signos previos.

Esta originó, a su vez, uno de los flujos de lodo más grandes asociados a un volcán a nivel mundial. En esa ocasión, la reacción oportuna de las autoridades y las comunidades permitió proteger la vida de cientos de personas (murieron 12, pero sin la gestión adecuada, el evento podría haber tenido un número de víctimas mucho mayor).

Esto es importante si se tiene en cuenta que este escenario pudo ser peor: “el flujo de lodo que desencadenó el sismo en 1994 fue de alrededor de 70 millones de metros cúbicos. Mientras tanto, el que se presentó en noviembre de 2008 tenía aproximadamente entre 350 y 400 millones de metros cúbicos, alrededor de cinco veces más. Esto demuestra que los planes de contingencia fueron completamente efectivos”, dice.

4. Debemos seguir consolidando la cultura sísmica en el país. Por último, una gran lección que dejó la tragedia de Páez, fue la importancia de que las comunidades que viven en zonas de amenaza sísmica, y todos los colombianos en general, conozcan cómo podrían verse afectados por un sismo y qué deben hacer para salvaguardar la vida en una situación así.

Así mismo, la importancia de tener presente la historia sísmica de nuestro país y de nuestras regiones, pues donde ya ha ocurrido un sismo de gran magnitud, es muy probable que vuelva a ocurrir en el futuro.

Con motivo de los 30 años de la tragedia de Páez, el SGC hace una llamado a los colombianos a no olvidar que, debido a su ubicación geográfica y características geológicas, Colombia es un país sísmicamente muy activo, pues hay diferentes placas tectónicas que están en contacto y esto hace que se generen sismos en la mayor parte del territorio.

En promedio, en Colombia hay 2.500 sismos al mes, pero la mayoría no son de magnitud ni de intensidad relevantes.

Desde el SGC monitoreamos 24 horas, siete días a la semana la actividad sísmica del país a través de la Red Sismológica Nacional, compuesta por más de 100 estaciones ubicadas a lo largo del país, para mantener informada a la población y a las autoridades encargadas de gestionar el riesgo y mitigar los impactos de estos eventos.

En los 31 años que la Red lleva monitoreando la actividad sísmica en el país, se han registrado más de 300.000 sismos.


RP
Redacción PDM

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