Macosta, el maestro de la madera que nunca necesitó una academia

- Publicado en May 10, 2025
- Sección La Otra Cara, Lo Mas Reciente
La singular visión de este artista autodidacta, quien cree firmemente en las facultades psíquicas como motor del arte y cuya obra, nacida de la intuición y la conexión con la madera, sigue sorprendiendo y desafiando convenciones.
A sus 92 años, el escultor en madera Manuel Octavio Bejarano Acosta, oriundo de San Juanito, se autodenomina «prehistórico» con una lucidez y pasión desbordantes. Su agudeza desafía el paso del tiempo.
Conocido artísticamente como Macosta, nació en San Juanito el 5 de abril de 1933, se define a sí mismo con una palabra que evoca misterio y origen: «soy un prehistórico«. Su taller, un santuario de aromas a madera añeja, es testigo de una conexión profunda con la materia prima y de una filosofía del arte tan personal como las figuras que emergen de sus manos.
Para Macosta, el arte trasciende la mera técnica. «Para ser artista uno debe tener facultades psíquicas, porque el arte es producto de una paranormalidad que sale en el momento en que se necesita, a veces sin la voluntad del artista«, afirma con convicción.
Su propio camino creativo fue una revelación intuitiva. «Miré una figura y quería hacer algo así como un pescado y me gustó. Jamás en mi vida había tallado ni sabía de formas y empecé a formarlo y pensar en una sirena, quedé sorprendido porque le saqué la forma, fue a un sireno«. Este encuentro fortuito con la madera y la forma desató una pasión que lo ha acompañado durante más de cinco décadas de trabajo.
Con una firmeza que denota seguridad en su talento, Macosta sentencia: «Si hubiera ido a una academia, me dañan«. Su aprendizaje ha sido un diálogo directo con la madera, una exploración autodidacta de sus vetas y posibilidades. Esta independencia le ha permitido desarrollar una sensibilidad particular, una capacidad para «ver la vibración de la gente«, que traslada a sus creaciones.
El reconocimiento no tardó en llegar. Tras su primera exposición en el Banco de la República en Villavicencio, fue llevado a Bogotá, donde recibió las llaves de la ciudad, un símbolo del impacto de su arte. Para Macosta, esta acogida reafirmó su convicción sobre el poder transformador del arte: «El arte es el único que le permite al ser humano plasmar sus sueños, porque la humanidad sueña mucho, pero a través del arte lo puede volver tangible«.
Aunque se declara «completamente antirreligioso«, Macosta cultiva relaciones profundas con personas de diversas creencias. «Yo odio ideas, porque son intangibles, pero no a los seres humanos porque ellos son mis iguales«.
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Esta apertura y respeto por la humanidad se reflejan en su obra, que a menudo aborda temas sociales y existenciales con una mirada crítica pero también compasiva. Entre sus obras se destaca El Cenit, de la glorieta en la Carrera 40 de Villavicencio, y un homenaje que hace a las víctimas de la masacre de Caño Sibao (Granada-Meta), en 1992.
«En una obra uno puede criticar a la sociedad, o al poder y no gustarle a nadie, bueno, ahí está precisamente la obra y la manera de gritar, para no gustarle a nadie porque se ve reflejada a sí misma», afirma con convicción.

Al pedirle que se defina en tres palabras, Macosta sorprende con una sola: «Creador«. Y es que su creatividad se manifiesta de múltiples formas, no solo a través de la talla, sino también en sus reflexiones y conferencias. «A veces soy conferencista, entonces creo a través de las palabras«. Su admiración por el filósofo Arthur Schopenhauer es palpable, citando su definición del artista como aquel «a quien la naturaleza lo eligió para que lo represente y grite por ella lo que quisiera y no puede«.
De esta idea, Macosta extrae una exigencia para sus colegas: «Por lo tanto, el artista no puede ser mediocre, debe ser consecuente con su época y su entorno. Filosofía de la buena, hermana. Soy un enamorado de la filosofía«.
El maestro Macosta siente una profunda conexión con los escultores de la antigüedad, aquellos que «tallaban la piedra o el mármol y no tenían derecho a equivocarse, sin más herramientas que un cincel, sus manos y su mente». Esta admiración se traduce en su propio proceso creativo, donde cada escultura nace de una sola pieza de madera. «Debe estar completamente seca, añeja, por eso no me limito en el tiempo. Yo uso el cedro amargo pero también el comino. Es madera que no se distorsiona«.
La magia ocurre cuando Macosta se enfrenta al trozo de madera: «Me siento y empiezo a tallar, sin saber exactamente lo que voy a hacer, así funciona mi creatividad«. Esta entrega a la intuición, esta danza entre el artista y la madera, es la esencia de su arte, un testimonio de que la edad es solo un número cuando el espíritu creativo sigue vibrando con fuerza.
Para otros artistas, la historia de Manuel Octavio Bejarano Acosta es un faro de inspiración, una prueba de que la autenticidad, la pasión y una visión única son las herramientas más poderosas para dejar una huella imborrable en el mundo del arte
