viernes, 29 de marzo de 2024

‘Queremos trabajar y que nos dejen trabajar’: Menonitas en Puerto Gaitán


‘Queremos trabajar y que nos dejen trabajar’: Menonitas en Puerto Gaitán 1
Usan tecnología de punta para labrar y cosechar la tierra y reconocen la importancia de trabajar en convivencia.
RP
Redacción PDM

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La comunidad menonita asentada en Puerto Gaitán explica cómo es su relación con el entorno, descarta que haya impactos negativos e insisten en que las puertas de sus fincas están abiertas a las autoridades y a quienes deseen acabar prejuicios.

Un grupo de niños de la escuela menonita está en su descanso y juega en el patio. Con la brisa de la mañana, corren y conviven felices con los atuendos típicos de su comunidad, mientras que el cabello rubio de casi todos brilla bajo el sol abrasador de la Altillanura.

El cuadro parece una escena sacada de las series de televisión del oeste americano en los años sesenta, en donde se revelaban las cotidianidades de las familias campesinas estadounidenses, en paisajes imposibles para esta parte del mundo.

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Es que en medio de la sabana, a más de 100 kms del casco urbano de Puerto Gaitán, 150 familias han encontrado una parte del paraíso en la tierra. El silencio, solo interrumpido por el sonido del viento y la operación a lo lejos de las máquinas cosechando en los arados de maíz, es la característica de la inmensa finca Liviney, en jurisdicción de La Cristalina, donde habita la mayor parte de esta comunidad.

Desde hace seis años se asentaron en esta parte del Meta, siendo la primera vez que en Colombia hay presencia de menonitas, un grupo religioso cristiano, que basa su subsistencia en el trabajo agrícola y la comercialización de los productos. Llegaron provenientes de México, un país en donde hace más de 100 años tienen tradición.

Somos mexicanos, pero como todas las personas que cambian de país, nosotros también emigramos para buscar un mejor futuro para nuestros hijos, para las próximas generaciones; ese objetivo lo basamos en el trabajo del campo como lo han hecho nuestros ancestros”, dice Peter Enns, uno de los habitantes de la comunidad.

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Sus líderes, escogidos por votación cada cuatro años, admiten que su presencia es novedosa en el territorio pero por ser pacíficos también una de sus premisas es tener relaciones cordiales con colonos, indígenas, empresas y las autoridades gubernamentales.

Siempre trabajamos en concordancia con las leyes y obedeciendo a las autoridades de cada país. Queremos es trabajar la tierra y que nos dejen trabajar para aportar al desarrollo de la región”, sostiene Abram Loeven Banman, otro de los representantes menonitas.

Aunque son señalados de vivir enclaustrados, ser misteriosos, estar lejos de la tecnología o las comodidades, lo cierto es que solo basta visitarlos, estar allí un par de horas y compartir con sus familias para vencer los prejuicios.

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Como la mayoría de nuestros campesinos, los menonitas son tímidos, de pocas palabras, rehúyen a las cámaras y a los medios de comunicación, pero su trato es amable, abierto y cordial una vez hay confianza.

Actualmente la comunidad genera cerca de 200 empleos directos y otro tanto indirectos, pues siempre se necesita mano de obra para construir silos, bodegas, reparar las máquinas, comprar repuestos y alimentos o ayudar con las cosechas.

Gracias al conocimiento ancestral, en los inmensos campos de maíz y soya han logrado subir la producción de 4 a 7 toneladas por hectárea, luego de que por años estas inmensas sabanas de la Altillanura estuvieron lejos de cualquier inversión por los costos que representaba combatir la acidez de sus suelos.

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Siempre nos hemos asesorado profesionalmente en lo ambiental, por eso somos cuidadosos de no dañar el entorno ni afectar la naturaleza porque sabemos que de esto depende nuestra supervivencia”, afirma Nicolas Wall, jefe de la comunidad.

El líder hace la explicación porque sabe que afuera han sido criticados por supuestas malas prácticas como talas, contaminación de fuentes hídricas y hasta caza de animales, sin embargo, después de las visitas de la Fiscalía y Cormacarena, las autoridades no han hallado evidencias de impactos negativos contra la naturaleza en esa zona.

También son acusados de comprar tierras baldías del Estado o que pertenecieron a narcotraficantes, pero si de algo se percatan los menonitas cada vez que llegan a un territorio es adquirirlas bajo las normas vigentes y partiendo de la buena fe de los vendedores.

La comunidad está siempre dispuesta a que la visiten y que las autoridades verifiquen e investiguen. Somos de puertas abiertas porque lo que queremos es trabajar en paz”, reafirma Ramón Dyck, también habitante menonita en Puerto Gaitán.

Usan tecnología de punta en sus tractores y cosechadoras, sus casas son bastante cómodas y siembran para asegurar las ganancias que permitan asegurar el futuro de las nuevas generaciones. Nada diferente a cualquier otra comunidad que organice y planee su porvenir.

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