Jóvenes sin miedo a la muerte | Editorial

- Publicado en Ene 16, 2022
- Sección Columnistas

Con tan solo 18 años de edad alias ‘Jetas’ y ‘El Diablo’ se dedicaban a cometer asesinatos selectivos entre bandas organizadas para ajustar cuentas entre delincuentes dedicados al microtráfico. La Séptima Brigada logró su captura el pasado 8 de enero en Granada, señalándolos de un homicidio en noviembre pasado en ese municipio.
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Apenas 5 días antes, alias ‘Calamardo’ caía en medio de una balacera en Villavicencio cuando intentaba robar a unas personas con tan mala suerte para él que sus víctimas eran agentes de la Sijín. ‘Calamardo’ tenía apenas 20 años pero una vida dedicada al hampa, al igual que su padre.
Muchos jóvenes a muy corta edad perdieron la dimensión que tiene la vida y están dispuestos a quitarla o a perderla por dinero fácil; fenómeno que ahora parte del paisaje urbano, con unas consecuencias sociales inimaginables.
El solo hecho de que en este 2022 ya estén delinquiendo niños de 12 años y que en unos cinco años ya sean peligrosos delincuentes dispuestos a heredar la violencia y el terror de algún otro capo, deja mucho qué desear sobre las oportunidades que damos a la juventud de romper esos ciclos de muerte y tragedia. Está demostrado que la inseguridad no se combate trayendo pie de fuerza cada temporada, ni aumentando cercos en los barrios peligrosos.
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La policía solo puede dedicarse a contener en las calles los años de desidia sobre comunidades vulnerables y la indiferencia de familias enteres que no tienen ningún interés en el futuro de sus hijos y por el contrario buscan perpetuar las generaciones de ladrones o asesinos en sus linajes.
Hay, sin embargo, ejemplos en los que los mismos jóvenes buscan una oportunidad para salir de ese círculo vicioso. El Parque Cerro de Colores, en Villavicencio, es muestra de cómo muchachos, con un pasado en el que su vida estaba en medio de la muerte, pudieron romper esa cotidianidad y dedicarse a un proyecto novedosos de turismo comunitario con el cual buscan ganarse la vida, en las mismas calles donde antes disputaban el territorio con sangre.
Cerro de Colores debería ser una apuesta ciudadana que deberíamos apoyar en conjunto. Es el ejemplo que necesitan otros jóvenes de la ciudad y de otros municipios para indicarles que sí es posible una vida alejada del delito en donde se ganen el respeto con trabajo y estudio y no con el miedo de balas y navajas.
Si este tipo de proyectos se abandona o no tiene el seguimiento social y de los gobiernos, como ya ha sucedido en otras ocasiones, será inevitable que la espiral de nuevos ‘Diablos’ o ‘Calamardos’ continué y las amenazas ciudadanas de la próxima década ya estén en las calles.
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