viernes, 3 de mayo de 2024
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La guerra no destrozó su cultura


La guerra no destrozó su cultura 1
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Redacción PDM

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Maestra de profesión, en búsqueda de que se imparta la etnoeducación y todos compartamos experiencias.

Con determinación y liderazgo, una mujer indígena víctima de la violencia busca reconstruir su vida a través de la enseñanza y su cultura.

Por María Valentina Barahona /Especial Periódico del Meta

“La vida me llevó a trabajar, tenía que trabajar porque quedé huérfana a los 17 años”.

Para el año 1998, cuando la guerrilla se tomó Mitú, la capital del Vaupés, Mérida Ebrat, perteneciente a la etnia indígena guanano, fue una víctima más del desplazamiento. Un territorio selvático y maravilloso estaba inmerso en una ola de violencia y ella fue testigo. Ella y sus vecinos presenciaban asesinatos y el miedo y la angustia eran el pan de cada día.

Recuerda que ir del campo al casco urbano se volvió algo normal; antes se iba solo para lo necesario, pero cuando hay hijos de por medio, se busca lo mejor y la educación más cercana se encontraba allí en Mitú. No obstante, la incertidumbre porque en cualquier momento se podía perder un hijo por secuestro, asesinato o reclutamiento, era cada vez más fuerte.

“El colegio queda al otro lado del río, se cruza en planchón y ahí ya había presencia guerrillera, reclutaban a los muchachos aunque hubiera presencia del Ejército, se presentaban enfrentamientos y los muchachos se tiraban al río”, recordó Mérida a Periódico del Meta.

A pesar de las circunstancias, ser maestra fue la manera más bonita que encontró esta mujer para impartir los conocimientos que el ser parte de una etnia indígena le otorga: “los maestros no solamente estamos para enseñar a leer y escribir sino que tenemos que formar consciencia, buenos ciudadanos, disciplina, ser personas al servicio de la comunidad y nuestro entorno”.

Esto le despertó un sentido de liderazgo que hasta los últimos días en su tierra no perdió. Al tener que dejar atrás el lugar donde nació y se formó, luego de la toma de Mitú por parte de las Farc, el Meta se convirtió en su destino, empezando de nuevo en un lugar donde las costumbres y tradiciones son totalmente diferentes.

En Villavicencio, Mérida ha participado en distintas reuniones y organizaciones indígenas en búsqueda de poder formalizar e implementar una cátedra de etnohistoria en donde se impartan todos los conocimientos que tienen la cultura indígena para la sociedad, como historia, lenguas, danza, cultura, filosofía, comida, costumbres y medicinas, entre otras.

Recientemente participó de la conferencia ‘La etnohistoria: un aporte a la reparación colectiva’, organizada por el Banco de la República en Villavicencio. Allí, desde los relatos, se reflexionó sobre la inclusión en escenarios educativos y culturales.

Sin embargo, toda esa fuerza que tiene por lograr que su cultura no siga olvidada se va desvaneciendo al no conseguir garantías: ”no puedo seguir matándome solita, tenemos que unirnos para luchar y conseguir lo que se necesita pero no le veo seriedad a esto, al comienzo uno se anima pero la fuerza se va perdiendo”, dijo con tono desanimado por la situación sabiendo que no dejará que el esfuerzo se agote completamente.

Aunque estuvo trabajando por un tiempo como maestra en el resguardo indígena Turpial-Humapo, de Puerto López, hoy está dedicada al hogar y a su familia, pero cada vez que tiene la oportunidad, aprende, se forma, asiste a conferencias con el fin de no dejar atrás lo que es y lo que quiere lograr mostrándole a todos sus saberes.

Con mucha seguridad y liderazgo se para frente a auditorios para dejar en claro que la violencia, el desplazamiento, la falta de resultados ante las peticiones, no han sido impedimento para seguir adelante con su historia y con el querer darle todo esto a las demás comunidades a los ciudadanos que a veces están inmersos en su propia burbuja y no dimensionan todo lo que hay por explorar desde mucho tiempo atrás.

“Se piensa que somos pobres, los indígenas no vivimos como en la ciudad, somos diferentes y eso es importante, tenemos diversidad étnica, conocimientos medicinales, botánicos y más, esa es nuestra riqueza, somos un cofre cerrado que hay mucho por descubrir y quiero ponerlo al servicio de la humanidad, pero esto se logra con la educación”, es el sueño y la mayor ambición que le queda por lograr a Mérida, eso que no le gustaría abandonar, y por el contrario aumenta su fuerza.


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