La razón, ante la turbulencia | Editorial


- Publicado en May 18, 2025
- Sección Columnistas, Lo Mas Reciente
En momentos en que el país enfrenta una encrucijada institucional tras la negativa del Senado a convocar a una consulta popular, es imperativo reflexionar sobre las consecuencias de las acciones que, desde distintos sectores, se proponen como respuesta. Llamar a huelgas, paros y protestas en un contexto ya fracturado por la violencia armada, la delincuencia y el dolor de miles de familias no solo sería imprudente, sino profundamente peligroso. Colombia no necesita más fuego en un incendio que aún no se apaga.
Es innegable que la democracia se nutre del derecho a disentir y movilizarse. Sin embargo, ese mismo derecho exige responsabilidad. Hoy, el país arrastra heridas abiertas: miles de víctimas del conflicto armado, cifras alarmantes de violencia intrafamiliar y una inseguridad que ahoga a comunidades enteras. Sumar a esta realidad un estallido social, con bloqueos y confrontaciones, no solo desviaría la atención de urgencias humanitarias, sino que podría escalar en caos, como tristemente hemos visto en episodios pasados. La historia nos enseña que, en contextos polarizados, las llamas de la protesta descontrolada suelen consumir primero a los más vulnerables.
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La economía, ya frágil, es otro motivo de alarma. Paros y bloqueos de vías paralizan el comercio, afectan el empleo informal —sustento de millones— y ahuyentan inversiones necesarias para reactivar regiones olvidadas. ¿Quiénes cargan con ese costo? Siempre los mismos: los hogares que dependen del día a día, los pequeños empresarios, los campesinos que no pueden sacar sus cosechas.
Este es el momento de exigir a los líderes políticos lo que más ha brillado por su ausencia: cabeza fría. La decisión del Senado, aunque controvertida, fue un acto dentro del marco institucional. En democracia, los desacuerdos no se resuelven con presión en las calles, golpeando iracundamente escritorios, sino con diálogo y búsqueda de acuerdos en los escenarios previstos para ello. La tentación de radicalizar posturas solo alimenta el círculo vicioso de ataques mutuos que hoy paraliza la acción colectiva.
Criticar no es claudicar. Cuestionar la viabilidad de las protestas en este momento no implica ignorar la necesidad, por ejemplo, de una reforma laboral o de la salud, como ya lo hemos dicho en este espacio. Por el contrario, es un llamado a priorizar la vida y la estabilidad, pilares sin los cuales ningún cambio es posible. Las instituciones, aunque imperfectas, son el dique que evita que el descontento derive en ingobernabilidad.

