Rafting en el río Ariari, una aventura al límite
- Publicado en Dic 14, 2017
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La primera impresión al llegar al sector de Perroloco, en el municipio de Cubarral, y encontrarse parado frente a formaciones rocosas, donde confluyen todos los sonidos de la naturaleza, es de un lugar cálido, lleno de secretos, donde se encuentran experiencias inolvidables. Se llega a ese sitio viajando 15 minutos en carro desde el casco urbano. Allí, se esconde uno de los escenarios mejor guardados para los amantes de los deportes extremos y de aventura: el Ariari.
El miedo, o más bien las ansias de superarlo, es la primera sensación. El ruido incesante del agua golpeando contra las rocas y los remolinos sobre el centro y la orilla del río producen vértigo. Pero la adrenalina alimenta el deseo de encontrar nuevas experiencias.
Las aguas blancas del Ariari siempre se han dejado navegar. Pero aquí, en Perroloco, se crea el raudal más rápido Del Río.
“Por eso, hoy vamos hacer un tramo desde más abajo”, dice Edison Vargas, guía certificado por la IRF (International Rafting Federation), que ya es todo un ídolo en Cubarral y sus alrededores. Fue el que llevó el rafting a la región y puso a disfrutar a propios y turistas de la “agresividad” de las aguas, la adrenalina y la aventura extrema.
A eso de las 9:00 de la mañana, el equipo de aventureros, todos principiantes, está listo. Una charla de seguridad y maniobras, por si se caen al río, antecede la jornada. Armados con chaleco, casco y remo, ayudan a transportar la balsa, de cinco metros por dos, hasta la orilla del río.
Una vez la balsa está en el agua, Edison imparte las instrucciones. ” Si se salen del bote, mantengan posición de nado”. “Nunca suelten el remo”. “Agárrense de la cuerda de gallina”. “No pierdan la calma”. “Sigan las instrucciones del guía”. Y “por encima de todo, disfruten”.
Ya no hay forma de volver atrás. Sus ocupantes comienzan a ser arrastrados por el caudal y no queda tiempo para el miedo. El sol está en su máxima temperatura, pero no importa. La sed de aventura es más fuerte.
Los nervios se disiparon. El paisaje que bordea el río apenas se percibe. Todos responden a una sola voz: la del guía. “Remen, remen, remen”, se escucha. La tripulación dedica todas sus energías a sortear con éxito las corrientes y los vacíos que hay en cada caída. Ni siquiera hay tiempo para posar ante la cámara Gopro que graba la aventura.
Es un tramo de 10 kilómetros hasta el puente La Amistad. La experiencia es única y salvaje, pero segura. El descenso en rápidos de clase I y III (para principiantes) es suficiente para saber qué se siente. Para dejarse bañar por las olas, alcanzar el éxtasis y quedar sin aliento.
Después de varios kilómetros de aventura, de pasar rápidos y superar la “agresividad” de las aguas, la travesía termina. La satisfacción por el reto superado es total.
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