lunes, 23 de junio de 2025
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Un poema para no olvidar


Un poema para no olvidar 1
RP
Redacción PDM

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Luis Antonio Castillo, un artista empírico de Mapiripán, compuso el poema más conocido que existe sobre esta tragedia que enlutó al país y que cada año, del 15 al 20 de julio, conmemora un aniversario más.   

Por Jhon Moreno

“Julio del 97 fue cuando sucedió,

la historia que un poema mi mente lo relató.

No quisiera recordar, lo que en aquel tiempo pasó,

pero la historia que sigue es la que me da dolor…” 

 

Llegar a Mapiripán y buscarlo por celular no es tan práctico como preguntarlo en el puerto de pescadores, a orillas del río Guaviare. “¿Sabe dónde estará don Luis Antonio”?

Tampoco lo averigüe por el nombre de su cédula porque nadie le dará razón, pero si a lo mejor indaga por el paradero de ´Garrotazo’, seguro medio pueblo le dirá dónde hallarlo. Así, preguntándolo, apareció por fin un señor de mediana estatura, bigote, camisa manga larga, debidamente fajada dentro del pantalón y un bolso terciado.

Aunque nació en Acacías, Luis Antonio Castillo, o ‘Garrotazo’, llegó a esta región con seis años, acompañando a su familia quien buscaba otra forma de vivir pues, según él mismo, “la pobreza que vivió fue grande”.

Hace 60 años llegó a San José del Guaviare, pero ha recorrido parte del Guaviare, Guainía, viviendo en Barrancominas: trabajando como casi todos en esa época con la coca, pero por allá en 1986 la situación empezó a ponerse brava con esa mata y por eso llegué a Mapiripán para quedarme a trabajar aquí ya, definitivamente”.

Lo de “definitivamente” era un sueño, porque con las marchas cocaleras en 1996 tuvo que desplazarse obligado para San José del Guaviare. Esas manifestaciones campesinas hicieron que los paramilitares entraran a disputarles a las Farc los territorios donde se sembraba y producía la coca.

Por eso, un año después, para 1997, Luis Antonio regresó a Mapiripán, esta vez con las ganas de quedarse para siempre, sin pensar que volver solo lo haría uno de los testigos de la expresión de barbarie humana.

Desde Necoclí y Apartadó (Antioquia) dos aviones salieron con rumbo a San José del Guaviare, transportando a unos 70 paramilitares, quienes al llegar, tomaron lanchas rumbo a Mapiripán para tomárselo y someter a sus habitantes. En todos los puntos de su recorrido, debieron pasar por puntos de vigilancia de soldados del Ejército.

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Durante cinco días seguidos, del 15 al 20 de julio de ese 1997, las Autodefensas Unidas de Colombia dejaron en claro que entrarían en guerra con quien fuera para expandir el dominio en los Llanos Orientales y el sur del país.  

‘Garrotazo’ se devolvió a San José, pero terminó en Granada (Meta). Siempre desplazándose con su familia. La masacre dejó en su mente de pescador, una huella que no sabía cómo borrar.

Deseaba olvidar eso que vivimos, pero al mismo tiempo que las nuevas generaciones supieran lo que había pasado para que ayudaran a que nunca más volviera a ocurrir”, dice.

Afirma que después de la masacre, el pueblo se paralizó, y era muy triste verlo vacío pues la gente vendía casas por un millón o máximo tres millones de pesos. Unas pocas familias quedaron, viendo en medio de la zozobra y el dolor de sus familiares y vecinos asesinados.

Por eso, sus luchas, sus desplazamientos, sus vivencias, decidió volcarlos en un papel que poco a poco  fue tomando forma hasta convertirse en un poema, como si fuera una pastilla para que la memoria no diluya con el tiempo lo que ocurrió aquellos días.

Yo creo que la vena artística viene de la propia tierra llanera porque cuando uno está en un río o en una finca siempre se inspira en la belleza y en la tranquilidad que se ve. La vida en Mapiripán es muy hermosa, el que viene a trabajar honradamente, siempre maíz, yuca, pesca. Lo que la gente tiene, lo vende o lo intercambia por otras cosas, como el trueque. Las palmeras, las caucheras, también han traído desarrollo y si arreglan la carretera, ese sería el máximo logro”, comenta Castillo.

Aunque tal vez ‘Garrozato’ no es un buen seudónimo para un poeta, lo cierto es que sigue componiendo versos a su esposa, a su familia o a las cosas que hoy, después de 27 años, han dado vida de nuevo a su pueblo.

A mi hermano mayor le decían garrotazo porque la mujer lo perseguía cuando salía a tomar trago con un garrote para llevarlo a la casa. Cuando él se fue, quedó mi otro hermano al que también lo apodaron así y ya, finalmente, el único que quedó fui yo”, por lo que el apodo se lo ganó por herencia.

Luis Antonio quiere que las nuevas generaciones recuerden, no con rencor, ese capítulo en la historia del país y de Mapiripán, por lo que seguirá recitando sus versos a quien se lo pida.


RP
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