Opinión || Las marchas
- Publicado en Jul 17, 2021
- Sección Columnistas
Por: Saúl Hernández, Escritor
Un video que ha circulado por las redes sociales muestra a un padre de familia reprendiendo a su hijo por haber asistido a una de tantas manifestaciones violentas en Bogotá, donde fue capturado por la Policía. El señor le dice a su hijo: «¿A qué vino, güevón?, ¿a protestar qué? ¡No sabe un culo del país y viene a protestar acá, no sabe nada, no sabe ni mierda!».
Y es que, a pesar de que, según una encuesta de la Universidad del Rosario, el 84% de los jóvenes dicen sentirse representados por el paro nacional, cuando se les pregunta un motivo para protestar no van más allá de tópicos sin sustancia sobre la situación del país, como hablar de «indignación», «insatisfacción» o «inconformidad», y de hacer alusión a una supuesta «falta de oportunidades». Y eso sin contar con las sandeces que manifiestan los que están claramente radicalizados, los disfuncionales que a veces hablan con el bareto en la mano.
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Obviamente, muchos de estos jóvenes en realidad están convencidos de que un gobierno de izquierda, en cabeza de Gustavo Petro, crearía una sociedad justa en la que no haya lugar al «inconformismo», y que además de justa podría ser tan próspera como —por ejemplo— los países escandinavos que tan a menudo suelen citar. Pero, ciertamente, ignoran que el calificativo de «idiotas útiles», dado por Lenin, les sienta a la perfección: «Usaremos a los idiotas útiles en el frente de batalla. Incitaremos el odio de clases, destruiremos su base moral, la familia y la espiritualidad. Comerán las migajas que caerán de nuestras mesas. El Estado será Dios». Mejor dicho, ni siquiera sospechan lo que nos corre pierna arriba.
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Tal vez, los «inconformes» de hoy lo estén aún más en una o dos décadas, cuando entiendan que el Estado no les dará Ferraris y que la única forma de alcanzar un mejor vivir es creando riqueza en vez de destruirla, como se propone quien aconseja no consumir gaseosas, no comprar en grandes superficies y otras barbaridades por el estilo. Ya decía Nicolás Gómez Dávila que «La estupidez es el combustible de la revolución».
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