Por una transición limpia | Editorial
- Publicado en Oct 23, 2022
- Sección Columnistas
Es claro que se necesita un cambio en la manera como los habitantes del mundo administramos los recursos naturales; de la forma desaforada en que consumimos toda producción y del impacto que tiene eso en el planeta.
Comprar y desechar tecnología, desperdiciar alimentos y en general las actividades humanas que signifiquen un “falso confort” están acabando con el único sitio conocido y comprobado que ha guardado vida.
Sin embargo, también hay que ser enfático en decir que quienes urgentemente deben asumir esas drásticas transformaciones, son los países que producen mayor contaminación, los industrializados y los de más desarrollo. Entre esas tres categorías no está Colombia.
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Es que mientras expertos economistas recomiendan a los gobiernos que deben buscar la soberanía energética y garantizar los recursos para que en el futuro haya una transición a energías limpias menos contaminantes, el gobierno del presidente Gustavo Petro ha planeado la estrategia al revés: desea hacer una conversión energética, acabando con la industria de hidrocarburos y gas, provocando incertidumbre en la autonomía energética de la Nación.
Aunque pocos lo saben, hoy Colombia importa gasolina a costos de precio internacional y ya se habla de tener que importar gas natural, si se cumplen los proyectos de abandonar la exploración y la explotación de yacimientos.
Como lo revela la entrevista con Francisco Lloreda, presidente de la Asociación Colombiana de Petróleo y Gas (ACP) en esta edición, el impacto sobre la economía del Meta será nefasto en caso de seguir con los anuncios de ir mermando la producción de crudo y gas en la región.
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Solo el año pasado el sector de hidrocarburos hizo compras en la región por 1,5 billones de pesos, y este año le dejará al país cerca de 24 billones de pesos en regalías.
Por eso consideramos que la discusión frente al futuro del sector energético del país no debe ser en torno a sus empresas sino más bien del impacto social que tendría una transición mal planeada y casi sacando a empellones a las compañías del país.
Cientos de miles de personas tienen empleo en la región o derivan su sustento por cuenta de la industria del petróleo directamente o a través de las cadenas de suministros.
En el fondo, pensar que en tres o cinco años podemos vivir del turismo o de la agroindustria, es una ilusión que necesita, como la transición energética, más tiempo. En cambio, no tener reglas de juego claras o crear ese mal ambiente que hay hasta ahora sobre la industria, empieza a generar incertidumbres que preocupan.
El Meta no debe estar lejos de ese debate.
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