domingo, 23 de marzo de 2025
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Tierra y violencia | Opinión


Tierra y violencia | Opinión 1
José Abelardo Diaz Jaramillo

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Que la tierra en Colombia es una expresión de poder, es una verdad de Perogrullo. Por conseguirla, conservarla o apropiarla, ha habido nefastos ciclos de violencia. El fenómeno ocurre desde antes de que, formalmente, Colombia existiera como república, acontecimiento que data de comienzos del siglo XIX. Los modos de la conquista de los nativos y la usurpación de sus propiedades, hechas al calor del acero y la ballesta, se refrendaron en los tiempos de la Colonia. De poco valió la política de los resguardos indígenas, cuando, en la república, fue más poderoso el apetito de los criollos en su afán por acumular riquezas. Por cierto, los oficiales que participaron en las guerras contra España fueron premiados con tierras de haciendas confiscadas. La mismísima Iglesia Católica era una institución terrateniente de respeto.

En vez de reforma agraria, como la hubo en otros países de la región (Perú, Ecuador, México), en Colombia ocurrió lo contrario: la acentuación de la concentración de la propiedad en pocas manos. El Informe de la Comisión de la Verdad, advirtió de la magnitud del proceso de contrarreforma agraria operado en el país, en el marco del conflicto armado contemporáneo. Entre 1995 y 2004 más de 8 millones de hectáreas fueron despojadas o abandonadas por la guerra interna.

Colombia es un país con suficiente tierra para quienes quieran cultivarla. Los pobladores rurales pobres (campesinos, colonos, indígenas, negros) reclaman hoy el acceso o la titulación de las tierras que han ocupado, producido y conservado de manera ancestral. Que no hayan renunciado a su vocación agraria es un gesto que una sociedad altamente urbanizada y dependiente del campo, como la colombiana, no puede ignorar. El país demanda una población en los territorios, en condiciones de dignidad y con responsabilidades acordadas en torno al uso y la protección de los mismos. Condenarlos a no tenerla, es repetir la trágica historia de Siervo Joya, aquel triste labriego que murió anhelando ser propietario de una pequeña parcela en donde ser y morir.


José Abelardo Diaz Jaramillo

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