‘Proporros y antiporros’ | Editorial

- Publicado en Oct 18, 2022
- Sección Columnistas

Aunque al proyecto le falta todavía tránsito en el Congreso para convertirse en ley de la República, todo indica que podría ser aprobado el uso de la marihuana para uso recreativo en los adultos.
Después de haberse presentado cuatro veces la propuesta en la pasada legislatura y ‘apagarse’ en el camino, la mayoría con que la Cámara de Representantes aprobó el proyecto en plenaria, indicaría que esta vez tiene un camino más expedito.
Sin duda, el cambio ideológico del nuevo gobierno y los manejos políticos que se dan al interior del Congreso, permiten intuir que muy posiblemente fumar marihuana por mero placer, tendrá mayores libertades en el territorio, con todo y lo que esto conlleva.
Mayores libertades porque hoy hay un contrasentido: se permite consumir la droga en dosis mínimas y sembrarla, pero no es permitido venderla de manera legal en las calles.
Partamos de un hecho cierto y probado científicamente: toda sustancia psicoactiva que se introduzca en el cuerpo produce efectos, por lo general nocivos, y si se hace de manera constante produce adicción. Aunque los defensores de la hierba intenten bajarle la intensidad a los riesgos que conlleva fumar cannabis, lo cierto es que los adictos a otras sustancias recomiendan no usarla pues “es la entrada a otras drogas”, salvo que se haga de manera controlada por médicos.
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Ahora bien, aunque defenderemos el derecho que tienen las personas a libremente fumarse un porro de marihuana, lo que criticaremos siempre es el abuso que se haga de ese derecho. Ya ocurre con las sustancias permitidas como el alcohol o el cigarrillo, pues es fácil hallarse a un consumidor trasgrediendo el derecho de los demás a vivir en un ambiente libre de humo o a borrachos protagonizando riñas.
Un ejemplo fueron los vendedores y consumidores de marihuana del Parque del Guayuriba, en Villavicencio, erradicaron por años a los niños y jóvenes que deseaban disfrutar del espacio para jugar o hacer otras actividades y el sitio se convirtió, ante los ojos de los vecinos, en un sitio vedado para la juventud y las familias.
Se dirá que con la legalización, el control de las autoridades y educación, será mucho más fácil poner en cintura a los jíbaros, pero se ha demostrado en la práctica que estamos muy lejos de una cultura sana del consumo y no hablamos solamente de la marihuana.
Evidentemente la lucha contra las drogas ilícitas debe pensarse desde otras perspectivas y pasa por perseguir a las organizaciones delincuenciales, pero como ya lo hemos mencionado aquí mismo, este tipo de propuestas legislativas deberían tener en la ecuación a la familia, núcleo central en donde se generan las adicciones y los problemas de la sociedad.
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