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Así pasé de ser proaborto a provida


Así pasé de ser proaborto a provida 1
Las razones por las cuales decidió tener su hijo van más allá de las religiosas o sus creencias.
RP
Redacción PDM

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“Mi embarazo no fue color de rosa porque el 100% de mí no quería ser mamá”, dice Camila, quien escribe un fragmento de su propia historia, a propósito de la decisión de la Corte Constitucional de despenalizar la interrupción de la gestación.  

Por Camila Pérez*

Especial Periódico del Meta

Mi embarazo no fue color de rosa porque el 100% de mí no quería ser mamá. Así es. Era finales de junio del 2020 cuando la malicia indígena me sorprendió un día de trabajo en casa con la pregunta que nos hemos hecho muchas: ¿será que estoy embarazada?

La alta sensibilidad a los olores y las molestias al combinarlos, sensaciones similares a los de una prima que descubrió de esa forma que esperaba bebé, me hacían pensar que también yo lo estuviera y esa probabilidad me aterraba.

No pasaron muchos minutos cuando la ansiedad me llevó a hacerme una prueba casera. Encerrada en mi baño, los minutos se hacían eternos; pensaba qué iba a hacer si era positivo. Ser mamá no estaba en mis planes, era lo que menos quería en mi vida, es más, no lo quería en mi vida, no me sentía plenamente realizada en mi relación de pareja, mucho menos para ser papás.

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Los pensamientos iban y venían, me calmé, seguramente estaban usando muchos condimentos al cocinar y la prueba sería negativa. A los minutos indicados en las instrucciones, con firmeza destapé el resultado: dos rayitas, era positivo.

Me quería morir; sola, encerrada, me senté en el inodoro y los pensamientos casi me enloquecen. Mi futuro se derrumbaba en una lámina plástica con dos rayitas.

Pero soy optimista. Reaccioné y me alegré: “esas pruebas a veces son malas, mejor me hago una prueba de sangre, seguro esa sí sale negativa”. Lo peor que le puede pasar a alguien es enfrentarse a sus peores miedos y ahí estaba el mío, así que también ahí estaba mi mente vendiéndome ilusiones para salvarme del shock en el que estaba entrando.

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Al día siguiente me las arreglé para salir de casa y ausentarme del trabajo, sin que nadie sospechara, porque hasta no estar segura y en caso positivo hasta no saber qué iba a hacer no le iba a decir nada a nadie. En plena pandemia, cuando casi todos estaban encerrados, cuando los muertos se contaban por miles en el mundo, la economía se derrumba y las noticias no mostraban más que a hombres de blanco con camillas cubiertas de plástico, yo lo único que pensaba era en mí, en mi mundo.

Tras hacerme la prueba de sangre, al siguiente día recibí el sobre y al leerlo pasé mis ojos rápidamente al final del texto: Positivo. Entendí que había sido una ilusa al pensar que la primera prueba era errada, en el fondo sabía que no era así.

Era una mujer de 34 años, profesional, con un trabajo, una relación, una vivienda y en sí una vida estable. Aparentemente todas las condiciones para convertirme en mamá, sin embargo, solo me faltaba algo en esa vida perfecta: el deseo de ser mamá.

Presión social e interna

La vida social antes de pandemia me hartaba porque no faltaban los comentarios: “¿Y para cuándo el bebé?; ya te está dejando el tren, a esta edad ya es peligroso…”. La respuesta desde mi interior era: “¡no quiero y nunca voy a ser mamá!”.

Entre las razones por las cuales era mejor no ser padres estaban lo podrido que estaba el mundo e incluso por eso justificaba los argumentos por las cuales el aborto debía ser despenalizado en nuestro país. Me alegré cuando fue aprobado al menos en los tres casos conocidos.

Mi embarazo no fue color de rosa, en especial al principio. El 100% de mí no quería ser mamá y un embarazo no deseado es, psicológicamente, muy pesado; guardarse todo eso para uno aumenta la carga, salen a flote los traumas y miedos por los que hemos pasado. Es increíble, pero a mis 34 años sentía exactamente lo mismo que una joven de 15 que queda embarazada de su novio. No me veía trasnochando, amamantando y calmando a una criatura.

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Solo cuando una mujer pasa por esto es que alguien puede comprender el revolcón de sentimientos, sensaciones y pensamientos que se desatan. Ante el tsunami que ahoga, aparece un “salvavidas”: el aborto.

Para una mujer que no quiere ser mamá, esa viene siendo “la solución”. Así que confundida y desesperada, siendo una convencida del derecho de las mujeres por decidir sobre su cuerpo, empecé a investigar el tema; yo no cumplía con ninguna de las circunstancias permitidas, a menos que argumentara que estaba en peligro mi salud mental, me pareció una causal exagerada pero si era la única que se ajustaba, la iba a utilizar.

Seguí investigando, y encontré que el tiempo de gestación en el que estaba permitido realizar la “interrupción” era la semana 12. Ese fue un momento clave. Me fui a hacer una ecografía. Había visto ecografías en internet y veía formas medio entendibles de fetos, cabezas, extremidades y me preguntaba, cómo estaría mi feto. Rogaba que fuera aún un feto, el más pequeño y sin forma, para poderlo extraer.

Si el embarazo no deseado no es fácil, pensar en abortar es peor. Pesan la moral, la religión, el qué dirán, la incertidumbre por el bienestar propio durante “el procedimiento”, el bienestar mental a futuro.

¿Realmente está bien dañar a este ser vivo porque no lo quiero? ¿Me voy a condenar en el infierno por abortarlo? ¿Qué pasa si familiares o amigos, se enteran que aborté? ¿Me echarían de mi trabajo porque no voy en camino con la filosofía, valores y principios de la empresa? ¿Cómo me tratarían después de esto?

El papá nunca me va a perdonar, se acabará esa relación. ¿Y qué tal si me muero? ¿Dónde me lo hago? ¿Qué pasará si me arrepiento después de hacerlo? ¿Qué tal si luego sí quiero tener hijos y no puedo? ¿Podré dormir tranquila después de esto? ¿Qué hago si no pueden hacérmelo? ¿Qué tan riesgoso es hacerlo de forma ilegal? ¿Dónde? Eran algunas de las preguntas en esos días y no todas tenían respuesta.

03 de julio de 2020 en la mañana. Ingreso al consultorio, está el médico, me acuesto en la camilla, me subo la blusa, desabrocho el pantalón, él aplica el gel transparente y frío, y pone el aparatito para iniciar el examen, trato de estar tranquila, una vez más genero la esperanza de que todo eso no sea verdad y suplico a Dios que no haya nada en mi útero…

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Una vez más la razón me juega una mala pasada, pero esta vez aparece en pantalla, de medio lado, una cabeza prominente. Uno, dos o tres segundos después, aparece un brazo con su manita cerrada subiéndose hasta la cabeza; fue inevitable sorprenderme ante tal imagen, de solo recordarla, empiezo a llorar. Uno, dos o tres segundos después, ¡apareció una pierna completa!

Era más de lo que podía asimilar, no podía creer que yo, yo estaba formando a ese ser ahí adentro, que ya tenía esa forma tan avanzada y ¡hasta se movía!

No salía de mi asombro cuando el doctor dijo “ahora vamos a escucharlo”… y de una vez escuché el sonido, lo reconocí, en algún momento de mi vida, en algún lado había escuchado ese sonido, ese “bum, bum, bum, bum” tan rápido como ráfagas, inmediatamente las lágrimas rodaron por mis mejillas, suena a cliché, lo sé, es la típica escena en las películas o las novelas, pero es tan real, tan inevitable, tan estremecedor, que en ese momento solo se puede expresar con lágrimas y una sonrisa porque en medio de todo es hermoso lo que se ve en la pantalla, es increíble lo que se oye y esa sensación de ser uno quien está generando esa vida, ese ser, ese cuerpo… es sencillamente mágico.

No necesité de más para saber en mi corazón, en mi interior 100% antimamá, que no iba a ser capaz de abortarlo, que no tendría el valor para algo así de atroz, fue suficiente para sentir que ninguno de mis miedos y traumas eran más grandes y valían tanto como la vida de ese ser ya humano que estaba en mí.

El examen indicaba 13.4 semanas de gestación, es decir, casi tres meses y medio.

No recuerdo lo que dijo el doctor sobre su estado, pero que me entregarían el resultado al salir y ahí estaba todo. Me levanté contenta, maravillada, enternecida y en cuanto salí, me volví a llenar de inseguridad, aterricé nuevamente. Estaba tan alterada que no pude hacer la cuenta de si estaba o no a tiempo para abortar hasta que llegué a casa y volví a consultar en internet, semanas, medidas, la forma, todo.

Resultado evidente, estaba pasada para el rango legal en Colombia.  El mal sueño continuaba y ahora se ponía peor, empezó la lucha entre la razón y el corazón, el alma, la conciencia o lo que sea, por un lado estaba segura que no lo iba a hacer, pero por el otro, ese día y el siguiente me empeciné en buscar más información y alternativas, si no iba a hacerlo legalmente al menos debía informarme de la forma menos riesgosa para mí.  Eso no existe, no hay una forma menos riesgosa de practicar un aborto si no se cuenta con personal idóneo, equipos médicos, medicamentos, exámenes previos y cuidados post operatorio.

Domingo 5 de julio, 5 de la mañana: El día para soltar la carga. Estaba teniendo una pesadilla, no recuerdo exactamente qué, lo cierto es que me desperté atacada llorando, sin poder parar, mi marido, alarmado trató de tranquilizarme, hasta que entre mi respiración agitada, mi voz escondida, mi mente completamente nublada logré decirle “estoy embarazada y no quiero tenerlo”… Se quedó callado, yo no podía mirarlo a la cara me estaba ahogando en mi llanto.

No dijo nada, solo me consintió y siguió tranquilizándome por varios minutos, me sugirió salir a caminar, me pareció buena idea, lloré, lloré y lloré, luego de un rato pude empezar a hablar y decirle todo lo que había vivido y sentido esos últimos días, y para convencerme a mí misma de que era la mejor solución le dije que abortaría, que era mi derecho tomar esa decisión, y no iba a ver nada ni nadie que me lo impidiera, fui tajante nuevamente de tal forma que no le quedara duda y se fuera a ilusionar con ese ser.

No sé qué pasaba por su cabeza en ese momento, no sé con qué ojos me veía, solo dijo que estaba bien, que me entendía y me apoyaría fuera cual fuera mi decisión. Hoy en día siento que su reacción fue la mejor que pudo haber tomado, estaba preparada para volver a repetirle la retahíla sobre el aborto, no fue necesario, me permitió elegir, no se opuso, no me juzgó, no me persuadió, solo me hizo saber que estaría conmigo en lo que necesitara y, eso era justamente lo que yo en medio de ese mar de confusión que estaba sintiendo en ese momento necesitaba, necesitaba el consuelo, la calma, la comprensión, el respeto por mí, por mi sentir, por mis creencias, por mis miedos, el alivio fue total, ya no estaba sola enfrentando la situación, cargando con eso en mis hombros.

Desde que supe que estaba en embarazo hasta el día que lo comuniqué a mi familia, amigos  y conocidos pasó un mes. Un mes en el que seguí indecisa de lo que iba a hacer, averiguando dónde podía hacerme el procedimiento ilegal pero “seguro”, un mes con el miedo de perder mi vida, dejar a mis seres queridos, ser parte de las estadísticas, tomarme algo y desangrarme, o algo peor. Un mes rompiendo día a día cada uno de los argumentos que me había repetido y creído por años para no ser mamá, un mes para asimilar que en mi útero había no un bichito que sacar como fuera sino un ser vivo, humano, un mes para darme cuenta que cada semana que pasaba iba creciendo, evolucionando, sintiendo más y más.

El trabajo mental fue muy grande porque estaba en mi pensamiento todo aquello del discurso pro aborto que vende su postura como cualquier otra lucha social digna de ser defendida, la abolición de la esclavitud, el derecho al voto, la igualdad de género, los derechos de las minorías, de los animales, etc, etc, y entonces cómo no apoyar una causa de este tipo, pero ninguna de estas causas implica sacrificar la vida del otro a favor de la propia. Lo que a mí me estaba pasando iba en contravía de esa lucha, de repente esa nueva vida me llenaba de esperanza, me generaba ilusión, me hacía ver las cosas con entusiasmo, recuperar la esperanza en la especie humana, ver con los ojos del amor al otro, reconocer en los niños un tesoro invaluable, sagradísimo, nuestro estado más puro, tierno, indefenso e inocente que ojalá nunca perdiéramos, una razón para ser mejores personas, ciudadanos, cohabitantes de este mundo.

En un mes di un paso importante, y fue aceptar que mi solución no era abortar, en honor a las mujeres que hoy estén pasando por algo similar, debo confesar que el resto del embarazo tampoco fue tan color de rosa, no porque tuviera malestares, no, sino porque mi mente aún seguía rechazando de alguna manera mi nuevo estado, mi nueva realidad, las nuevas rutinas, los cambios físicos, seguía con temor del futuro que nos esperaba, de la estabilidad y suficiencia económica para mantenerlo.

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Es normal, si tú ves tu barriga al espejo y no te emociona siempre, es normal, si te chocan algunos malestares, es normal, si tienes episodios de ansiedad e incertidumbre es normal, si te da pavor la crueldad del mundo, es normal, quieres lo mejor para él/ella, si no te emociona sentir cuando se mueve, aún eso es normal, no es fácil “quitarse el chip” que el mundo promulga todos los días por todo lado, y que incluso termina uno mismo auto imponiéndose, no es fácil aceptar lo que por tanto tiempo se rechazó o incluso lo que nunca se vio venir.

La buena noticia es que es un proceso tan maravilloso que en el momento que deba ser eso cambiará, y podrás sentir la felicidad de ser madre. Yo lo experimenté en el momento que la di a luz, aún en las contracciones seguía temiendo, temía no ser lo suficientemente fuerte para parirla y perderla en ese momento, también puedo decir que no fue tan doloroso como por tanto tiempo había creído, y que cuando salió y la escuché llorar sentí una paz que nunca había sentido, sentí como si yo misma hubiera nacido nuevamente, como si se fuera todo lo malo que había en mí, sentí como si tuviera una nueva oportunidad de actuar mejor, de ser mejor.

No hay sentimiento más noble que el de una buena madre por su hijo, no hay dicha como la de ser madre y amor más grande que el que se siente por un hijo, me lo decían y no lo creía, cómo iba a ser mejor cambiar pañales, trasnochar, preocuparse por su salud, amamantar, hacer teteros, que te vomiten en el hombro, y demás cosas de hijos que una vida libre, donde el tiempo, el dinero, los demás, la atención estuvieran en torno a mí, donde el desarrollo profesional fuera prioridad, donde la vida social continuara, los viajes, la diversión fueran parte de la vida.

El milagro

Hoy mi hija tiene un año, 12 meses de algunos pocos trasnochos, de tranquilidad por su salud, de nuevos hábitos y rutinas, donde disfruto estar con ella y alzarla así no pueda salir con mis amigas a divertirme tanto como antes, así cambie los planes porque no se durmió en su horario habitual. Ya estoy retomando mis planes para viajar o estudiar y estoy más motivada, 12 meses en que he descubierto que la vida no se me acabó, ni se me arruinó, 12 meses de momentos maravillosos, en los que doy gracias a Dios, a la vida por haberme hecho madre, en los que ninguno de mis temores se han hecho realidad, lucharé por protegerla y hacer lo mejor por ella, por darle el mejor ejemplo, por prepararla para la vida.

Claramente por mi experiencia, por lo maravilloso que creo que es la vida de mi hija, no estoy de acuerdo con la decisión de la Corte, ni en la apertura de las situaciones ni en el tiempo máximo permitido, pero no soy quien para juzgar a nadie, no pretendo hacerlo, fue el que no me juzgaran lo que tanto me ayudó, pero si en algún momento te enfrentas a un embarazo que sientes no puedes manejar, infórmate y busca ayuda, ayuda profesional adecuada, donde te puedan ofrecer las diferentes opciones antes de pensar en la de abortar.

Espero esta historia sirva para mostrarles que el aborto no es la única ni la mejor opción, que sí hay momentos difíciles, hay situaciones dolorosas que no quisiéramos vivir, que… entiendo el dolor que puede generar un embarazo de un abusador, imagino la tristeza de un hijo mal formado, que entiendo que sea cual sea el caso o la circunstancia cuando es no deseado, es muy difícil llevarlo a término y podemos sentir enloquecer, pero, es un ser, es tan humano como tú y como yo, tan humano como ese ser que más amas, su corazón palpita, sus ojos captan colores, sus oídos reconocen tu voz, sus manitas se mueven, él siente cuando estás feliz o triste, depende de ti para formarse, para vivir, eres todo lo que tiene, confía en ti porque eres lo mejor para él y él lo mejor para ti.

*Seudónimo a solicitud de la autora.

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